El valor de ser subcampeón del mundo
MEDALLA DE PLATA PARA LA SELECCIÓN DE BASQUET
El dolor va por dentro. Es fuerte. Mucho. Pero ahí está Luis Scola, con una sonrisa, pese a que la procesión va por dentro. Tenía toda la ilusión de ganar un campeonato mundial y se le escapó, entre los dedos, como en el 2002. Y luego de jugar mal en la definición. Nada más y nada menos para un guerrero competidor como el gran Luifa. Pero él no pierde el norte y ahí está, primero en la fila, como gran líder que es, para recibir la medalla de plata. Se la ponen, agradece, la recibe con buena cara, con respeto, y no se la saca. Da un mensaje, uno más, que todos entienden. A nadie del seleccionado de básquet se le ocurriría sacarse la medalla, aunque el dolor sea enorme. Todos saben lo que costó ganarla. Y saben, porque lo mamaron de la Generación Dorada, que hay que saber perder tanto como saber ganar. Y este grupo lo demuestra. Ganó y perdió como un puño, como un grupo indestructible. Emocionando, dando ejemplos, inspirando. Y eso es lo verdaderamente valioso.
Por eso no hay críticas más allá de jugar mal esta final. Por eso no hay reproches. O al menos no debería haber. Dicen que las finales no se juegan, que se ganan… Y está bien, puede ser. Pero los procesos también se analizan. Y se valoran. No puede importar sólo el resultado. No sólo debe valorarse el qué. El cómo debería tener un lugar más importante. Porque sino terminás como el seleccionado de fútbol. Destruido, implosionado, superado por el exitismo, por la presión. Luego de cada final perdida, a Messi y compañía los mataron. Nada importó. «Perdieron la final, qué pechos fríos», les gritaron en su cara. Nadie se detuvo en el trayecto. Y así nos fue… Se perdió otra final, y otra más. Y llovieron memes, cargadas, hasta el punto de abrumar a los jugadores, de hacerlos sentir una mierda, de que se fueran a su casa con la cabeza gacha. Se hizo una bola de nieve enorme que ahora, con el «recambio», se intenta frenar, sin entender cuál es el verdadero enemigo…
Por suerte, esto no pasará con el básquet. Acá no lloverán memes como los de Higuain o Palacio, nadie repetirá por años «era por abajo», nadie cuestionará con faltas de respeto al mejor del mundo. Nadie le dirá nada a Scola o a Campazzo, pese a que entre ambos lanzador 3-21 de campo. Y, si quieren, nos pueden decir conformistas. No importa. Por suerte, el que ocasionalmente se prendió a la final y criticó, se mofó, ironizó, ya no estará. Y el proceso seguirá, paso a paso. Como hasta ahora, con madurez, con sentido común, sin urgencias ni locuras. Con cabeza. Con gestión. Porque el camino importará más, el cómo lo transitás. Los valores. Y este equipo los tuvo. Emocionó. Conmovió. Traspasó la pantalla. Y fue una construcción. De años. Ladrillo por ladrillo. No se llega a una final del Mundial porque sí. Acá, desde que la Generación Dorada empezó a diluirse, se trabajó para tener esto. En silencio. Los líderes de la GD acompañaron, marcaron el camino, y el resto lo siguió. Sin peros, sin excusas. Y acá estamos, en plena construcción.
Hace 17 años, Argentina también llegó a una final inesperada. Y también perdió. Pero no fue el final de nada. Fue el comienzo. Luego llegaron un oro olímpico, dos años después (2004), y otro bronce, seis más tarde (2008). Y una década en la elite el básquet mundial. Nadie sabe si este equipo ganará eso, es probable que no, porque aquello fue demasiado, pero qué importa. Si competirá con los mejores y nos hará sentir orgullosos. Si transita bien el camino, eso será lo importante. Porque no todo es ganar siempre.
Y porque, además de presente, el futuro luce brillante. Hay un grupo que creció en estos años, que explotó en este mes y que aprenderá de esta derrota. Seguramente lo hará más fuerte. Y no estará solo. Porque, en las gateras, está la gran camada del 2000, la mejor en mucho tiempo, con Leandro Bolmaro y Francisco Caffaro a la cabeza. Y todo esto, entonces, puede ser el comienzo de algo todavía mejor. O al menos ser la continuidad de un proceso mágico, especial, que está llegando a las dos décadas.
Hoy, es verdad, la Selección no jugó bien y fue totalmente dominada. Perdió. ¿Y? Pero, como dijo Oveja, ganamos la plata, no perdimos la final. Yo, si tengo un equipo que me representa así, puedo vivir siendo subcampeón del mundo. Tranquilamente. ¿Vos?